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Opinion Articles by Enrique Páez |
El cuarto de juegos del escritor | The Writer's Playroom | |
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Hay un mundo real, tangible, donde habitan nuestros cuerpos, esta columna, las ferreterías y el presidente Bush. Es ese mundo al que emergemos arrancados del sueño cada mañana con asombro y pereza, donde el ritmo de nuestra vida está marcado por las nóminas, el IPC y los telediarios, y en cuyo tablero jugamos, ganamos y perdemos, traicionamos y somos traicionados cada día. Pero afortunadamente siempre llega la noche, y en su sombra descubrimos otro mundo al que nos entregamos tras la cena y las confidencias. Es el otro mundo, el de los sueños, territorio del caos y el desgobierno, donde podemos morir y resucitar, cambiar de sexo, violar las leyes (no solo las humanas, sino también las físicas), y al fin ser uno u otro, y muchos al mismo tiempo. Dicen los psicoanalistas que ése es el mundo de los deseos reprimidos y del inconsciente, sobre el que jamás tendremos control, porque solo existe cuando cerramos los ojos y se retira esa pareja de la Guardia Civil que se aloja en nuestro consciente. Pero hay un tercer mundo, un tercer espacio, que no es ni uno ni otro (o, mejor dicho, es un poco uno y otro). Es un "espacio transicional" (según la terminología del neuropsiquiatra D. W. Winnicott), limítrofe entre la realidad tangible y el sueño impalpable, un lugar fronterizo en donde se sitúa la creación literaria: el territorio desde donde el escritor escribe. Porque en realidad el lugar físico desde donde se escribe, una vez que estamos en el proceso, sólo está presente en las primeras líneas. Hay un momento de la escritura, que muchos autores consideran "mágico", en el que las paredes que nos rodean desaparecen y dejamos de estar ante esa mesa, o bajo ese árbol, o en el interior de la cafetería que nos acoge, y nos trasladamos al mundo en el que sucede la historia que estamos contando: un galeón pirata, un bosque impenetrable, o suspendidos en el aire por un paracaídas. El escritor, cuando escribe, debe comportarse como un niño cuando juega: un zapato alzado sobre la mano y planeando es una nave espacial que viaja rumbo a Urano, la cama es un barco velero que va a la deriva tras un accidente... Si el niño no cree que las cosas sean así, se acabó el juego, y dejará de ser divertido remar con la escoba al borde de la cama. Si el escritor no se sumerge, no se cree, no vive la historia que está escribiendo, deja de ser creativo, deja de ser escritor. Puede fingir (muchos lo hacen), pero va a tener que hacerlo muy muy bien para engañar al lector. En todo caso a él mismo no se podrá engañar, así que dejará de jugar, dejará de escribir, muy pronto. Escribir en ese espacio transicional no es sinónimo de estar loco (o todos los niños lo están). El niño, navegando en el barco-cama, sabe descender de él cuando su madre lo llama para que se tome la merienda. Será barco o cama, depende de si está jugando o merendando. Ahí no hay esquizofrenia, sino imaginación. Es el mismo mecanismo que usa el escritor cuando nos describe una trinchera asediada como si estuviera allí. Y es que está allí. El cuarto de juegos, ese espacio transicional, tiene una puerta con llave. Pero la llave está, ha estado siempre, en nuestro bolsillo. Al escribir debemos volver a abrir la puerta para penetrar en su interior, y cerrarla a los intrusos una vez que estemos dentro (al menos durante el tiempo que dure la sesión de escritura). Eso no significa adoptar una actitud infantil, sino una actitud de apertura a la creatividad, recuperada de la infancia. Decía Nietzsche: "La madurez significa haber recuperado aquella seriedad que de niños teníamos al jugar". Publicado en el periódico "Metro", La columna, en marzo de 2002 |
There is a real world, tangible, home to our bodies, this column, the ironmonger's and President Bush. That is the world where we emerge every morning torn sleep in awe and sloth, where the pace of life is marked by the payroll, the taxes and the news, and on whose board we play, win and loss, we betrayal and we are betrayed every day. But fortunately always comes the night, and in its shadow we discover another world to which we dive after dinner and confidences. It's another world of dreams, land of chaos and lawlessness, where we die and rise, can change sex, break the law (not only human but also physical), and finally be one or the other, and many at the same time. Psychoanalysts say that's the world of repressed desires and unconscious, on which we will never have control, because it only exists when we close our eyes and removed the couple of policemen who stays in our consciousness. Published in the newspaper "Metro " column in March 2002 |
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Web de Enrique Páez
enrique@enriquepaez.com
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